martes, 15 de abril de 2008

Ensayo

El tema a desarrollar es El Libro Ilustrado

Podría empezar narrando las virtudes de la imagen y su papel determinante en el proceso “intervencionista” de la educación… es cierto, la tentación es mucha, sobre todo teniendo en mi a un convencido de las artes gráficas como medio de expresión y de conexión que precede aún al mismo lenguaje textual.

Lo cierto es que, nada de lo que pueda escribir añadirá nueva luz o valor a algo que de suyo es valioso y vital; el encuentro humano. Tampoco creo necesario el “revelarles” lo que es el Diseño, y el cómo se aplica en los medios impresos, la diferencia de medios, estilos narrativos, clasificaciones literarias, peor aún, intentar explicar –que no justificar- la incidencia de los distintos caminos filosóficos, que se entrelazan y separan a placer en medio de la gestación de esta herramienta de comunicación…

Lo que si puedo hacer, -asumiendo que este es un ensayo con visión personal y a sabiendas limitada- es abordar sin falsas pretensiones o concesiones predeterminadas esta interrogante;

¿ POR QUÉ EL LIBRO ILUSTRADO ?

Porque en la Cultura del Hombre –y hablo del hombre como un mismo ente- la era visual comenzó hace ya bastante tiempo, y las referencias de este hecho abundan, imposible el reunirlas en estas líneas, el ejercicio seria infructuoso, la imagen no tiene edades, ni límites geográficos o tecnológicos. La imagen en si misma es una necesidad que nace con nuestra misma vida, siendo la percepción visual uno de los referentes para –casi- todo el género humano.

Si entendemos cultura como las manifestaciones del ser humano, la participación directa o indirecta del apoyo visual esta manifiesto en toda ella, y ella –la vista- siempre agradecida nos devuelve generosa nuestra confianza depositada por medio del resultado de su ejercicio, lleno de color, luz y formas.

Dichas manifestaciones visuales, no están exentas de la evolución, lo que en una época fue necesario representar con sintéticas formas y estilizados conceptos iconográficos en cuevas y vestigios ancestrales, ahora se encuentra en una interfase gráfica que esta en línea de forma global –léase web- pero, la esencia del simbolismo para interpretar nuestro entorno y a nosotros mismos permanece. Asimismo lo que antes fue glifos en papiros y bajorrelieves en pirámides y esculturas, se constituyó en el ancestro obligado de la ilustración para el libro, medio evocador de sentimientos, emociones, sensaciones que requerían y requieren de una representación visual, cierto; en más de una ocasión la imagen sobra, empobrece y hasta limita, en otras ocasiones abandona el papel obsoleto para volverse indispensable y de carácter obligado para el correcto uso del texto.

Pero el libro ilustrado como tal, a mi parecer no es el texto que tiene como soporte la imagen y se sirve de ella como un mero producto sinestésico, el libro ilustrado que es diseñado ex profeso y con una correcta vinculación interdisciplinaria funge como un medio único, capaz de valerse como un elemento vivo en si mismo, donde no existe una batalla fraticida entre la imagen y el texto, antes bien pugna por un sano equilibrio y una lectura “global”, reflejo de un ritual que surge para quedarse y transformarse en el “libro objeto” aquel que ocupa un lugar especifico en la historia y que encierra en su contenido el “pan espiritual” que a su vez alimenta la memoria de vida del individuo, algo siempre de agradecer en nuestros tiempos, tiempos de industrialización irrefrenable y despersonalizadota en la cual sobrevivimos.

¿Cuál es la fórmula del libro ilustrado?

Muchas, la magia que encierra la imagen en un binomio perfecto con el texto, la inmediatez de las armas visuales, el poder implícito en todos los medios con los que esta armada la gráfica y la innegable fuerza de la letra, que a pesar de los siglos y años permanece y aún se fortalece.

El libro ilustrado enseña, educa, forma parte del proceso continuo de crecimiento en el ser, vincula el mundo imaginativo con su contraparte “real” -¿qué es real?- pregunta valiente pero que por el momento amenaza con desviarnos a nuevos y apasionantes senderos, que por el momento nos deben estar negados.

Cuando el libro ilustrado “es” de origen una pieza de comunicación pensada como tal y no el fruto de la improvisación o del simple consumismo, su espíritu y lectura es libre de convencionalismos fútiles para establecerse como un punto medio entre ambos mundos y lecturas, visual y textual, compartiendo ambas latitudes el alma y conciencia del lector, capaz de transmitirle conocimiento, emoción, sensaciones, tiempos, formas, historia y arte, traspasando las fronteras mismas que presuponen los distintos géneros literarios… ¿cuál podría abstraerse del ejercicio de la imaginación?

El libro ilustrado es además –en mi opinión claro- un elemento refrescante que en su formato dinámico puede permitirse el desparpajo y falta de rigidez que ilustra y lleva luz a espacios donde el libro mismo, por si solo no es capaz de llegar y donde la gráfica se queda corta –si vale la expresión-.

Es conductor de tiempos, preparador de conciencias, guía invaluable para el despertar de la razón, y como concepto mismo intemporal, capaz de viajar en las edades y permanecer ahí donde un color, una forma, el olor de la tinta o la gruesa portada ya se han desvanecido victimas del tiempo –siempre cruel-

Y es aquí donde la labor del Diplomado y los ponentes es crucial, en el diseño de una nueva cultura del Libro Ilustrado, labor para la cual es necesario, imperioso romper los viejos esquemas menospreciadores que visualizan y retraen al Libro ilustrado como un simple producto que en el mejor de los casos pertenece a la dinámica infantil, es necesario revalorar el papel de este medio, y solo será posible cuando los actores que participan en su producción no adolezcan del trasfondo filosófico, ontológico y sociológico que puede dar coherencia a esta búsqueda.

Con todo la codicia por descubrir un producto capaz de enlazar la imagen con el texto es una labor enaltecedora, que se traduce de forma inequívoca en el replanteamiento del ilustrador, dejando de ser una simple herramienta para entenderse como autor y participe de la gesta comunicadora.

No tiene caso que siga, mis argumentos están ahí, hoy más que nunca estoy convencido de la importancia de la gráfica –no desconectada- de la idea, de la letra, del texto, sin el cual, no podría existir, pero, con la cual, encontrando el ritmo y armonía adecuados, puede sorprendernos de vez en vez este extraño hibrido, animal indomable y tan dócil, tan amigo, que es El Libro Ilustrado.

¿y el ilustrador del libro? ¿qué del escritor y demandante de las ilustraciones, que en la intimidad de la mente es capaz de visualizar y dibujar con palabras lo que después tomara forma en las manos del artista?

Después de leer “El Alquimista de Cohelo, ilustrado por el genio de la escuela de línea clara franco-belga, Jean Giraud Moebius, vuelve a quedar claro que las sorpresas del libro ilustrado aún no han terminado –ni terminarán, espero- y es capaz de darnos, en la praxis del dualismo simbiótico escritor-ilustrador, una nueva ecuación para afrontar el futuro de la literatura, para dar la buena pelea divulgadora.

Eso, sería tema de otro ensayo.

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